Infraestructuras culturales de todo tipo han sido ampliamente utilizadas en el marco de proyectos de regeneración urbana, donde el principal objetivo ha sido sustituir la población original por medio de procesos de gentrificación. La cultura en este sentido forma parte de lo que Bourdieu llama capital simbólico, es decir capital económico escondido en la distinción que otorga el arte, la música o el gusto. Esto conlleva que las personas con un mayor grado de consumo cultural son, al mismo tiempo, los que en general más consumen, y es este sector de población al que se aspira atraer. Por este motivo la inversión en cultura ha sido en parte promovida y financiada por empresas constructoras y hoteleras, en tanto en cuanto la atracción de estos consumidores hace posible revaluar el capital económico invertido por medio del aumento del precio del suelo y de bienes generales de consumo. Es decir, la introducción de infraestructuras culturales es una de las soluciones favoritas del neoliberalismo para revertir la «degradación» de barrios populares.